5.4.09

La increíble levedad del ser...

Admitámoslo: nos gusta estar enfermos. Tener algo. Y cuanto más particular, mejor. Nos hace sentirnos especiales “no es que yo…” ”…tengo no se qué…”. Porque cuando tiene el famoso virus que anda por ahí, que ya lo ha tenido su pareja, su vecino, etc. No mola. Es usted uno más, y debe dejarse recetar por su última víctima.

Con la edad, este sentimiento va en aumento. Así, el ritual de las salas de espera se convierte en todo un acto social, donde cada uno expone su caso, y el resto, como en un capitulo de House, resuelve el caso. El reto es combinar el mayor número de enfermedades, con el máximo de peculiaridades personales. Si se pensaba que iba a ser especial, se equivoca, porque seguramente el 99% de los allí presentes, ya habrá pasado por ello, y le explicará su salvaje experiencia, y de cómo miro a los ojos a la mismísima muerte. Aunque se trate de un simple resfriado. Hacen falta años de experiencia y dolor para llegar al nivel 5, el nivel de los sabios. Lo que se traducirá en la posesión de un bastón, gafas, dentadura postiza, y con suerte de un reuma.

A menudo ocurre, que el ambiente se caldea, y comienzan las disputas, con tal de saber quién de ellos sufre más. Las voces se alzan, los diálogos giran en torno a palabras desconocidas, que alguien optó por recogerlas en un gran volumen, conocido como Vademecum. Estas trifulcas, se dan con frecuencia, ya que el supuesto ganador, demuestra su poderío falleciendo tempranamente.

Y entonces, este universo se paraliza ante una presencia. Es la enfermera que llama al siguiente paciente. Por un instante el silencio reina, y la gente se relaja. Un código secreto, unas normas de conducta, entre las cuales se encuentra la de “no compartir su sabiduría, cuando en la sala aparece algún ser de bata blanca”. Así cuando pasen a la sala del Doctor, aparentarán analfabetismo enfermil, y asentirán sin parar. Pero al salir, y una vez en sus casas… ¡seguirán haciendo lo que les de la gana!

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